| | Amir Thaleb Life.com | Como consecuencia de mis constantes viajes a Miami y de la alegría que tenía la gente con mi trabajo, Tamy me ofreció radicarme en esa ciudad. Imagínense la revolución cerebral que eso produjo en mí. Sin dudarlo, contratamos un abogado, lo primero que quería era hacer los papeles para permanecer en forma legal en el país. Todo el trabajo que venía realizando allí sumado a la grata experiencia con la papelería lograron que nuevamente me reconciliara con mi bailarín y tuviera de nuevo los deseos de bailar, y por ende, de cuidarme más en las comidas, de entrenar y de todo aquello que es necesario para estar en actividad.
Los papeles me los dieron inmediatamente, de alguna manera estaba realizando trabajos conectados a la Alcaldía y a la Secretaría de Cultura del estado de Florida. Pero lo que más me impactó fue el hecho de poder ver cuánto valor le dan los americanos a todas las actividades realizadas en la carrera de una persona, hasta las cosas más insignificantes e incluso aquellas que uno dice ¡¿para qué esto?! tuvieron su gran peso al momento de solicitar la visa de trabajo y permanencia. Ahí aprendí a valorar cada una de las cosas que había realizado (ellos le llaman créditos) y las palabras del abogado fueron: –Señor Thaleb, sus créditos son muy valorados en el Ministerio de Cultura de este país, cuando quiera podrá solicitar |
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| Maktub, descubriendo el propio destino... | la residencia. –Increíble, pero nunca la solicité.
Ya todo estaba dispuesto aquí en Buenos Aires para mi partida: Saida se quedaba con mi escuela y yo me iba. Era el mes de octubre cuando viajé con mi pareja a rentar lo que iba a ser mi primera casa en Miami. Llegamos, tomé mi auto y salí a recorrer la ciudad en busca de mi lugar. Para alquilar algo similar a lo que uno está acostumbrado aquí pedían cinco mil, diez mil dólares de renta, por ochocientos había lugares para chanchos. Recuerdo que ví un departamento que me había gustado mucho y me paralicé cuando me informaron que debía someterme a un test que hacían los propietarios de los departamentos para que, mediante diferente tipo de preguntas, ellos decidieran finalmente si me aceptaban o no como vecino. Mientras, iba enterándome de acontecimientos que tenían que ver con la discriminación a los negros y a los latinos (discriminación que aún existe). Sobre lo llovido, mojado: mi pareja levantó cuarenta grados de fiebre inexplicablemente y tuve que salir solo a lidiar con cuanto loco encontraba y que con muy mal trato me pedía fortuna por un cuarto y un baño. Conclusión: era obvio que no debía quedarme, a la semana cargué a mi pareja y mi maleta en el avión y emprendí el regreso. Al llegar estaba Saida como loca diciéndome: –Menos mal que viniste porque tus alumnas me hicieron la vida imposible. | | |
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